Blogia
Contra el viento. El blog de Ignacio Alvo

Cartas a mis hijos

Carta a Elena

Carta a Elena

 Carta leída en el bautizo de Elena, en Mayo de 2.001

 

Querida Elena:

 

Dicen que todos los niños vienen con un pan debajo del brazo. Yo no lo sé, porque cuando te ví y cuando ví a tus hermanos veníais envueltos en una sábana, todavía mojados y sin saber dónde estábais después de estar tan ricamente en la tripa de mamá.

 

Lo que sí sé es que cada uno, Guillermo, Eduardo y tú, sois distintos, pero cada uno nos habéis robado el corazón. Guillermo es la bondad, Eduardo el entusiasmo y tú, Elena, la alegría. Ya desde que eras muy pequeñita (más que ahora) sonreías a cualquier mirada de tus padres o de tus tíos o de tus abuelos, como sólo lo puede hacer un niño, con esa entrega absoluta de quien en ese momento sólo es feliz. Y al sonreir así, nos haces felices a todos.

 

Ya dijo Jesús que para entrar en su reino nos teníamos que hacer niños, y creo que lo decía en este sentido. Cuando tú sonríes, Elena, no hay nada más en el mundo, sólo alegría, una alegría absoluta; y no tienes preocupaciones, ni afanes, ni ambiciones. Sólo buscas esa mirada, esa sonrisa, ese abrazo y ofreces tu mirada y tu sonrisa sin medida y sin reservas. Y es así, también, como deberíamos vivir nosotros, dándonos a los demás sin medida y sin reservas. Y dándonos cuenta de lo que es importante y lo que no lo es; que muchos de nuestros afanes y preocupaciones por difíciles y complicados que sean no conseguirán llenarnos y en cambio tenemos a nuestro alcance ser felices y hacer felices a los que nos rodean.

 

Estamos en este mundo para traer un poquito del Reino de Dios a la Tierra y lo tenemos al alcance de la mano. Decía Anthony de Mello, un jesuita de Bombay, que teníamos que vivir cada día, no como si supiéramos que podía ser el último (que sí lo sabemos), sino sintiendo que puede ser el último. Y si lo pensamos y lo sentimos así, nos daremos cuenta de que cosas que parecen muy importantes y trascendentales dejan de serlo, y en cambio otras, recuperan la importancia que realmente tienen.

 

Por eso, Elena, además de darte la bienvenida, te deseo que no cambies en esa alegría tuya y quiero darte las gracias a ti y a tus hermanos, porque nos recordáis lo que es importante y nos ayudáis a ser un poquito mejores. Bienvenida, Elena.

Carta a Eduardo

Carta a Eduardo

Contigo Eduardo, parece que se cumple la maldición de los hijos medianos a los que nadie parece prestar atención: no consigo encontrar tu carta. He buscado por cajones, archivos de ordenador y diskettes antiguos y no la encuentro. Me dicen que te escriba otra carta, pero yo me niego, porque no sería la original. Así que sólo te voy a escribir unas líneas que luego sustituiré por tu carta cuando la encuentre –que la encontraré.

 

Hay dos características en ti, Eduardo, que admiro profundamente y que me alegran de ti. La primera es tu compromiso absoluto con la verdad. Desde muy pequeño nos decías siempre la verdad, aunque eso te pudiera acarrear algún castigo, y exiges esa misma sinceridad a todo el mundo. Recuerdo la rabia con la que te quejabas amargamente de algún compañero o compañera del colegio por sus mentiras “¡es una mentirosa”! y en tu boca sonaba como el más horrible de los delitos.

 

El segundo de tus rasgos es tu concepto de la amistad, que también es absoluto. Cuando te reñíamos por haberte metido en una pelea en el colegio, tú nos dabas una explicación que lo aclaraba todo “es que le estaban pegando a un amigo”. Y para ti no había más que decir ni más que pensar; si había un amigo de por medio, tú te metías de cabeza y sin preguntar. Y en lo último que pensabas era en tí mismo, como cuando te pegaste con unos chicos cinco años mayores que tú por defender a tu amiga Cristina. Sabes que no podemos aceptar ni permitir que te pegues, pero sí que admiro tu concepto de la amistad. Ahora, afortunadamente, ya casi no te metes en peleas, pero sigues siendo amigo de tus amigos con todas las consecuencias.

 

Por último hay una característica tuya que nos trae un poco de cráneo, y es tu cabezonería. No conozco a ningún niño que piense tanto las cosas y las analice con tanta intensidad como tú. Por eso mismo, porque piensas mucho las cosas, resulta extraordinariamente difícil convencerte de algo, y mucho más difícil conseguir que hagas algo de lo que no estás convencido. Esta es nuestra pequeña cruz contigo, pero como piensas mucho las cosas, creo que te darás cuenta que aquello que te obligamos a hacer, es por tu bien.

 

De las chicas mejor no hablamos, porque si ahora ya te gustan todas, no quiero ni pensar en la pre-adolescencia que nos vas a dar.

 

De todas formas, la vida contigo y tus hermanos es una aventura maravillosa que tus padres estamos encantados de compartir y en la que nos hacéis enormemente felices. Edu, un beso enorme.

Carta a mi hijo Guillermo

Carta a mi hijo Guillermo

Carta leída en el bautizo de Guillermo en Enero de 1.998

 

¡Bienvenido Guillermo! Has empezado la aventura más grande y más ilusionante que puede haber: has empezado la aventura de vivir.

 

Una aventura en la que siempre nos tendrás para ayudarte a recorrer y disfrutar de este camino. Y donde no sólo nos tienes a tus padres; también tienes a tus abuelos, a tus padrinos, a tus tíos…, a toda una familia que te recibe con los brazos abiertos.

 

Y más aún, entras a formar parte de una familia aún más grande. Entras a formar parte de la Iglesia. Aquí descubrirás con asombro y alegría que hay un padre bueno en el cielo que cuida de todos nosotros y que siempre estará contigo, de día y de noche. Un padre que todo lo perdona, que todo lo entiende y que siempre te apoyará porque su amor no tiene límite.

 

Inicias una aventura en la que cada día es un pequeño milagro, un descubrimiento constante de nuevas maravillas, un camino que vamos a recorrer juntos con alegría y amor.

 

En este camino irás descubriendo la amistad. Verás que la vida no es una carrera en solitario. Que es importante marcarse y conseguir metas. Pero mucho más importante que llegar a una meta es recorrer bien el camino. Descubrirás que cuando te detienes a ayudar a alguien que no es tan rápido como tú, estás ayudando a ese compañero, pero sobre todo te estás ayudando a ti mismo. Que la mayor satisfacción está en dar y no en recibir. Que cuando se quiere de verdad se da todo y se da con alegría.

 

Cuando seas un poco mayor descubrirás también que nadie es perfecto, tampoco tus padres. Pero que todo lo que se hace con amor y cariño merece la pena. Que cuando te prohibimos algo lo hacemos por tu bien. Porque el mismo camino que tú recorres lo hemos hecho nosotros antes. Sabemos que no podemos evitarte todos los tropezones y que algunas lecciones sólo se aprenden cuando tú mismo te equivocas. Pero también entonces, no importa las veces que caigas, nos tendrás para curar tus heridas y ayudarte a seguir.

 

Aprenderás a compartir, y cuando vengan otros hermanos más pequeños, tú también les ayudarás a recorrer ese camino. Tú vas a ser el hermano mayor y eso a veces también es difícil; porque darás algo, un juguete, tu ropa, o simplemente compartir el tiempo de tus padres, a cambio de nada. Pero aunque al principio te cueste entenderlo, verás que compartir es algo precioso. Que lo que das sólo son cosas, pero lo que recibes es mucho más grande, es una sonrisa, satisfacción, cariño. El que comparte siempre recibe más que lo que da.

 

Aprenderás también que lo que de verdad merece la pena no se puede almacenar ni guardar, pero que por eso mismo nadie te lo puede quitar.

 

No vamos a cansarte, Guillermo, porque lo bonito del camino no es que te lo cuenten, sino vivirlo. No has hecho más que empezar el camino y tus padres ya estamos impacientes por recorrerlo contigo. Una vez más, Guillermo, ¡Bienvenido!